Sentado sobre la cama, en la cual se ve postrado desde hace doce años, el abuelo lee un diario del día anterior, dejado esta mañana por su yerno, acostumbrado a hacer esta práctica a diario, leía sin lentes y sin pausa, ya quisieran muchos llegar a los 96 años y leer tan bien como él lo hacía, quizá el destino, cruel con las personas de la tercera edad, aún le había dejado la vista intacta y una mente lúcida, sin embargo, otras partes de su cuerpo no contaron con la misma suerte.

Un derrame cerebral, había inmovilizado la mitad de su cuerpo, imposibilitándolo de volver al trabajo, años después una insuficiencia arterial, desencadenó la amputación de una de sus piernas, se tuvo que acostumbrar primero a comer con su mano izquierda -razón por la cual nunca lo vi usando un lapicero- y luego tuvo que resignarse al saber que ya no podría caminar.

En un vetusto cuarto, que es en realidad un pasadizo, con una cómoda antigua que tiene una radio que ya nadie utiliza, y con un ropero que no tiene en él ropa elegante, habita sin molestar a nadie Augusto Paredes, el patriarca de toda la familia, espera que su hijo vaya a verlo, sin conocer que este falleció hace algunos meses.

No es difícil describir la habitación que habita, tiene cuatro paredes como todas, pero posee dos puertas, y ninguna ventana, por lo que ver qué pasa en las calles de Ciudad de Dios, le es imposible, antes dormía en el primer piso, pero una vez construida la segunda planta se mudó a aquel cuarto, aledaño al de su esposa, era ella la que siempre pidió una ventana, poder ver la calle, es por esa razón que paraba siempre en la sala con la puerta abierta, a Augusto sin embargo, eso no le molestaba, la parte de las ventanas se la dio a su hija, y nunca vio ese acto como un sacrificio, si no como su legítima herencia.

En el tercer piso de la casa, vive su última hija, ella es la encargada de cuidarlo, lleva un horario que cumple a la perfección y que ha permitido que el abuelo esté saludable.

Augusto es uno de los tantos inmigrantes que llegó a la capital buscando un futuro mejor, su tío, aprovechando que su hermano, el padre del abuelo, falleció, tomó control total de las tierras que poseía, haciendo así que el único hijo del señor Segundo, escapara de su ciudad natal en búsqueda de un nuevo porvenir, consiguió trabajo de panadero en una Miraflores distinta a la de hoy, que le permitió con los años tener un espacio propio, que actualmente es solo una calle más de uno de los distritos más acomodados de una Lima desordenada, es este trabajo el que le permite no vivir de la generosidad de sus hijos; por los tantos años de servicio tiene una pensión que anteriormente cobraba personalmente en una feria que se armaba en el colegio Naciones Unidas del distrito de San Juan de Miraflores, pero que ahora solo sabe se mantiene, puesto que, la hija, encargada de verlo, maneja el dinero de su pensión, esto también, no ha sido refutado nunca por el patriarca, al que nunca le ha importado los bienes materiales.

El cuarto posee también un mueble amarillo, posicionado estratégicamente en una esquina, aunque su función principal debería ser la de recibir a los visitantes, por ahora tiene ropa. La cómoda vetusta, tiene encima suyo una televisión a control remoto, en esta, el nonagenario con unos lentes oscuros para protegerse del brillo de la caja boba, ve a diario programas de entretenimiento, noticias y deporte, aunque cada que observa el último en mención suelta la frase de “todos son malos”, quizá porque comparado a la época en la que vivió, siente que el deporte rey ha involucionado, nadie le cambia los canales, por lo que ver copas internacionales por ejemplo, es un acto que realiza cada que estoy presente, por ahora su televisor cuenta solo con señal abierta, el cambio de cable a modem no ha sido bien recibida por el abuelo que ahora debe manejar no uno sino dos controles, una tarea titánica para él.

Tenía antes un gato, estaba con él en cada comida, se ponía bajo la mesa improvisada donde le sirven los alimentos al abuelo, la idea de que los gatos hacen mal a los niños hicieron que desaparezcan al felino, luego llegó a la casa un perro, cuyo final trágico, generó lágrimas en más de un miembro de la familia Paredes, tanto él, como el nuevo canino que pasea por todo el segundo piso, no lograron hacerse cercanos al abuelo, aunque este siempre los llamara para acompañarlo, él perro es el mejor amigo del hombre, pero no del abuelo, la última mascota que tuvo fue un gato, injustamente sacrificado.

Esta habitación se ha convertido en cuartel, en su cárcel, las únicas veces que ha salido de aquí ha sido para ir al hospital, de la última vez ha pasado mucho tiempo. Aquí dejaré al abuelo, luego de conversar con él un poco, nunca en estos años, lo escuché decir cosas pesimistas, desear la muerte o quejarse de lo que podría a todas luces quejarse, esta no es de lejos la vida que merece, tampoco la que ha decidido, pero es la vida que ha aceptado, con valentía, con firmeza, ya quisieran muchos llegar al igual que leer tan bien como él, tener la entereza psíquica que posee a esa edad, yo lo quisiera.

El abuelo terminó de leer la página del diario y antes de girar a la siguiente se dio cuenta de una presencia extraña en su cuarto, giró para ver quién era el que ahora interrumpía su espacio, me reconoció de inmediato, y sonrió.