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publicada el año 1971

EL VARÓN DOMADO ii

Extracto del libro del mismo nombre

ESTHER VILAR ha dado media vuelta a la marcha emancipatoria el Señor es la mujer. Ella doma al hombre con traidores trucos para hacer de él un esclavo sumiso, y luego lo lanza afuera, a la vida hostil,para que gane dinero. «Como contra prestación» le pone «la vagina a su disposición a intervalos regulares»

Der Spiegel, Hamburgo

Publicado: 2015-06-07

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El varón domado i

El varón es un hombre o ser humano que trabaja. Con ese trabajo se alimenta a sí mismo, alimenta a su mujer y a los hijos de su mujer. Una mujer es, por el contrario, un hombre (un ser humano) que no trabaja, o que sólo trabaja transitoriamente. La mayor parte de su vida se la pasa sin ganarse su alimentación ni la de sus hijos. 

La mujer llama masculinas o viriles a todas las cualidades del hombre que son útiles para ella, y femeninas a todas las que no le sirven para nada. Por eso el aspecto externo de un varón no tendrá éxito entre las mujeres más que si es viril, o sea, más que si armoniza plenamente con el único objetivo de la existencia del varón, que es el trabajo.

Los hombres visten de tal manera que en su traje tienen por lo menos diez bolsillos, en los cuales el varón lleva siempre consigo, al alcance de la mano, los medios imprescindibles de su trabajo. En cambio, el atuendo de la mujer no tiene bolsillos, ni de día ni de noche, porque la mujer no trabaja.

El varón se ha adaptado a su situación en todo el resto de su aspecto. Lleva el cabello cortado. Mechones, ondas y tintes son de rechazar. Y aunque llevara ondas, mechones o tinte y aunque le sentaran muy bien, no aumentarían su éxito entre las mujeres, pues éstas -a diferencia de lo que hacen los varones con las mujeres- no estiman nunca a los hombres desde puntos de vista estéticos.

Pero, por regla general, el varón utiliza todas las mañanas durante tres minutos una máquina de afeitar eléctrica para poner coto al crecimiento de la barba; y para el cuidado de la piel le basta con agua y jabón, pues lo único que se exige a su rostro es que esté limpio y sin maquillar.

Un varón viril no lleva joyas (aparte del anillo de bodas). El reloj de pulsera, grande y grosero no es un objeto de lujo, verdaderamente. A menudo se lo ha regalado la mujer para la que trabaja.

La ropa interior, las camisas y los calcetines del varón viril obedecen a reglas tales que a lo sumo se diferencian de los de otro varón viril por la talla. Se pueden comprar en cualquier tienda sin perder tiempo alguno. El varón podría disponer de cierta libertad en la elección de corbata, pero como no está acostumbrado a ninguna forma de libertad, suele confiar esta elección -como la de todas las demás piezas de su vestuario en general- a la mujer.

Un destino despiadado ha dispuesto que los varones más pobres de la tierra, sean encima explotados por las mujeres menos atractivas del planeta. Pues, como lo único que en el hombre importa a las mujeres es el dinero y lo único que de las mujeres importa a los varones es el aspecto externo, las mujeres más deseables del ambiente de los hombres de mono y bocadillo les son siempre arrebatadas por varones de mayor renta personal.

Independientemente de lo que un varón haga durante el día, tendrá siempre en común con todos los demás una cosa: pasa el día humillado. Encima de su escritorio tiene siempre las fotos de su mujer y de sus hijos, y en cuanto que se presenta la ocasión se las enseña con orgullo a todos los colegas que se le pongan a tiro.

Haga lo que haga, ya ponga cifras en columnas, ya trate enfermos, ya conduzca un autobús, ya dirija una empresa, el varón es constantemente parte de un gigantesco sistema despiadado dispuesto única y exclusivamente para su explotación máxima; y hasta su muerte queda entregado a ese sistema.

Eso de tabular cifras y comparar sumas con sumas puede ser interesante. Pero ¿por cuánto tiempo? ¿Por toda la vida? Seguro que no. También puede ser una experiencia estupenda eso de conducir un autobús por toda una gran ciudad. Pero ¿lo sigue siendo si ocurre todos los días, en la misma ciudad, en la misma línea y acaso hasta con el mismo autobús? Y sin duda es muy atractivo tener poder sobre los muchos seres humanos de una gran empresa. Pero ¿qué pasa cuando se llega a descubrir que uno es más prisionero de la empresa que dominador de ella?

¿Seguimos practicando los juegos que nos divertían de niños? Claro que no. Ni siquiera de niños jugamos siempre al mismo juego, sino sólo mientras nos divirtió. Mas el varón es como un niño que tuviera que jugar eternamente al mismo juego. Y la causa está a la vista en la medida en que se le elogia más cuando juega a uno determinado de sus juegos que cuando juega a los demás, se va especializando en aquél, y como entonces resulta que está «dotado» para ese juego -o sea, que es el juego en el que más dinero puede ganar-, se ve condenado a jugarlo toda su vida. Si en la escuela resultó buen alumno de aritmética, se pasará la vida haciendo cuentas -según los casos, en condición de contable, de matemático o de programador-, pues por ahí anda su rendimiento máximo. Calculará, pues, tabulará cifras, alimentará máquinas que tabulen cifras, pero nunca podrá decir: «Bueno, ahora basta, me voy a buscar otra cosa.»

La mujer que le explota no permitirá que se busque realmente otra cosa. Lo más probable es que, aguijoneado por esa mujer, ascienda a través de pugnas asesinas en la jerarquía de los tabuladores y llegue a apoderado o incluso a director de banco.

Un hombre que cambia de modo de vida -o sea, de oficio, puesto que vivir es para el varón trabajar- se considera poco de fiar. Y si cambia varias veces de vida-oficio, la sociedad le excluye y le deja solo. Porque la sociedad son las mujeres.

No parece raro que los varones hagan siempre lo mismo con gusto y sin sentir nunca ganas de cambiar de oficio. Lo hacen porque fueron domados, domesticados, amaestrados para ello: toda su vida es una desconsoladora sucesión de gracias de animal amaestrado. El varón que deja de dominar esas gracias, que empieza a ganar menos dinero, ha «fracasado» y lo pierde todo: mujer, familia, casa, hasta el sentido de la vida. Y, desde luego, todo cobijo del alma en el mundo.

También se podría decir, ciertamente, que un hombre que deja de ganar el dinero suficiente queda automáticamente libre y podría alegrarse de ése su happy-end personal. Pero el varón no quiere ser libre.

El varón busca siempre alguien o algo a que poder esclavizarse, pues sólo se siente cobijado si es esclavo. Y su elección suele recaer en la mujer. Pero ¿quién o qué es la mujer para que el varón, que le debe precisamente esa vida deshonrosa y la explotación en regla a que está sometido, se esclavice a ella y se sienta cobijado precisamente junto a ella?


Escrito por

Pierre.Maguilar

Lector esporádico. Aprendiz de periodista y cinéfilo en construcción.


Publicado en

Blog del Genio

De todo un poco.